Finalmente, en medio de la enorme escasez que sufre Venezuela, designó al ministro de defensa, Vladimir Padrino López, como el encargado de la importación y distribución de alimentos y medicinas. De hecho, otros ministros, en ese aspecto, quedaron bajo su mando.
Para algunos no será socialismo,
sino otra cosa que usurpa el nombre, para otros la palabra pretoriano o, más
aún, pretorianismo como una categoría que engloba una lógica de relaciones
entre civiles y militares, generará incomodidad; pero en tanto encontramos una
mejor manera de definir al fenómeno, el socialismo pretoriano (o pretorianista)
nos ayuda a explicar el proceso que ha ido tomando forma en Venezuela durante
los últimos años y que, desde hace un tiempo, aunque con diferencias
importantes, impera en Cuba. El presente texto apunta a delinear esta tesis.
El socialismo, como concepto,
como cuerpo teórico de un modelo político explicable, tiene –y lo sabemos–
interpretaciones diversas. Sus ramificaciones son amplias pero todas ellas se
fundamentan en una base común: la lucha por la equidad y la igualdad social, la
liberación de las grandes amenazas como el hambre y la enfermedad para
conseguir un auténtico disfrute de la libertad positiva, el respeto a la
individualidad pero sin contraponerla del colectivo.
Han habido tantos socialismos
como socialistas. Sin embargo, el socialismo, ha tenido un bagaje tan amplio
que mensurarlo resulta contradictorio: de Charles Fourier a Pol Pot, de Willy
Brandt al Che Guevara, de la libre y próspera Escandinavia a Cuba y Venezuela.
En ocasiones los debates han adquirido incluso connotaciones sectarias, donde
unos condenan las «herejías» de otro. Pensemos nada más en el «pontífice» Lenin
anatematizando al «renegado» Kautsky.
Dentro de los diversos modelos
hubo uno que se proclamó socialista. Aquel que, hasta 1989 dominó la mitad del
mundo, que desarrolló algunos avances de importancia en términos de
consagración de derechos, que en nombre de los mismos -y su salvaguarda-
organizó las formas más completas de totalitarismo de las que se tengan
noticias y que, tratando de organizarlo todo, «de la cuna a la tumba», creó uno
de los modelos económicos más ineficientes que jamás han existido. Fue, evidentemente,
el llamado socialismo real.
Su caída en 1989 no mermó, sin
embargo, la voluntad de muchos de transformar el capitalismo.
El liberalismo descarnado
aplicado en el marco global, generó nuevos procesos de crítica al capitalismo y
revalorizaciones diversas de modelos ya fenecidos.
De hecho, solo diez años después
de la caída del Muro apareció en Caracas una versión edulcorada y corregida de
aquel proyecto. El socialismo bolivariano o socialismo del siglo XXI,
auspiciado por los proyectos de Jorge Giordani, el ideólogo de Hugo Chávez y
del Proyecto Nacional Simón Bolívar, Primer Plan Socialista de la Nación
(2007), dan cuenta de un esfuerzo por reajustar las viejas ideas de una
economía centralizada en manos del Estado para evitar los desastres de Europa
Oriental, permitiendo algún grado de actividad privada y el desarrollo de
formas de organización comunitarias, como cooperativas.
En función de ese modelo se
estatizaron todas las grandes empresas venezolanas, incluyendo muchos bancos,
las cementeras, navieras, la electricidad, la telefónica y un millar de
organizaciones más; se expandió el gasto público en más de un 800% entre 1999 y
2008, sobre todo a través de una gran cantidad de programas sociales, la mayor
parte asistencialistas, pero que por un momento ayudaron a que la pobreza se
redujera casi a la mitad en el mismo período (de 49% a 26%). Y como en todos
los socialismos reales, al final el modelo colapsó cuando el petróleo bajó de
precio y no pudo sostener un nivel de gastos que crecía al mismo ritmo que la
productividad se venía abajo.
El modelo, sin embargo, adquirió
rápidamente rasgos pretorianos.
Las ciencias sociales
norteamericanas definieron como pretorianismo al tipo de relación entre civiles
y militares, en la que los segundos tienen una influencia superior a lo
estipulado en las leyes, sobre los segundos. No hay control civil sobre lo
militar, sino más bien lo contrario. No se trata de un Estado Cuartel, de un
militarismo al estilo prusiano, en el que toda la sociedad es militarizada. No:
es una sociedad que funciona normalmente, pero tutelada por militares, bien
porque ejercen corporativamente el gobierno, como en las dictaduras
latinoamericanas, o bien porque tengan la última palabra sobre gobiernos
aparentemente civiles (pongamos, en Corea del Norte). Para el historiador
socialdemócrata Domingo Irwin (1947-2014), el gobierno de Hugo Chávez era un
ejemplo claro de pretorianismo. El comentario causó malestar en muchos de sus
colegas, pero los hechos han tendido a darlela razón.
En efecto, la influencia militar
en el chavismo ha sido considerable y públicamente pregonada por el Estado.
Chávez no sólo vestía uniforme con frecuencia, sino que se hacía llamar
Comandante Presidente y enarbolaba la consigna de una alianza permanente entre
el pueblo y el ejército. Los militares, activos o retirados, fueron siempre
piezas claves en sus gabinetes y partido. Aunque a muchos sorprendió que
escogiera a un civil, Nicolás Maduro, como sucesor, las declaraciones del ahora
presidente tendieron a mostrar que la alianza quedaba intacta. Maduro anunció
desde el inicio de su gestión la existencia de un Comando cívico-militar de la
Revolución, no previsto en ninguna ley; y durante su gobierno no ha hecho sino
aumentar el poder económico del ejército con un conjunto de «empresas
pretorianas» puestas en sus manos: el Banco de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana, la Compañía Militar de Transporte, la televisora de las Fuerza
Armada y la Compañía Anónima militar de industria mineras, petrolíferas y de
gas, que le permitiría a la corporación entrar directamente al negocio
petrolero. Finalmente, en medio de la enorme escasez que sufre Venezuela,
designó al ministro de defensa, Vladimir Padrino López, como el encargado de la
importación y distribución de alimentos y medicinas. De hecho, otros ministros,
en ese aspecto, quedaron bajo su mando.
Algunos ven en Padrino López una
especie de Wojciech Jaruzelski, llamado in extremis a salvar una revolución que
hace aguas por los cuatro costados o en todo caso de iniciar una transición
ordenada. Otros afirman que se trata de una lección aprendida de la Cuba de
Raúl Castro, donde la economía y en general el poder se encuentra en manos del
Ejército (de hecho, la categoría de «empresa pretoriana» abordada en este
trabajo procede de un estudio sobre la isla). Nos encontramos, en definitiva,
ante un tipo de socialismo o de un modelo que se autoproclama como tal, en el
que el ejército ejerce influencia y controles de envergadura sobre el Estado.
A cambio de su lealtad recibe jugosos
réditos económicos, con todo lo que ello implica para hacer negocios, incluso
personales. La categoría de «socialismo pretoriano» admite, en efecto, muchas
precisiones. De lo que no cabe duda es que nos permite comprender el fenómeno
que vive Venezuela y que Cuba experimenta, con sus diferencias, desde hace
décadas. Un fenómeno que será definitorio no solo para ambos países sino
también para todo el marco regional.
Fuente: ABC de la semana