Mas allá de eso, e independientemente de su pretendido origen, o quizás precisamente por su origen militarista y nacionalista, el chavismo se ha transformado en un movimiento abiertamente fascistoide y represivo, dispuesto a librar una guerra contra su propio pueblo para mantenerse en el poder.
La historia está llena de
paradojas sobre como quienes parecían ser los más ardientes defensores de una
idea terminaron por transformarse en sus destructores.
Probablemente el ejemplo más
emblemático esté representado por el caso de la Unión Soviética y sus países
satélites, que operaron como reducto del comunismo y que terminaron por exhibir
ante el mundo como la versión “real” de esta doctrina, transformada en religión
de Estado, se había convertido en una de las farsas más monumentales de la
historia. Una que trajo miseria, destrucción y sufrimiento a millones de
personas y que terminó por colapsar en un alud de corrupción, armamentismo,
ruina económica y moral, y descontento popular.
En el trópico, el así llamado
Socialismo del Siglo XXI, conocido también como la revolución chavista y que
usurpó el nombre de Simón Bolívar para autodenominarse revolución bolivariana,
probablemente pasará a la historia como el instrumento más acabado de
destrucción de la reputación de la izquierda.
Cabe decir que no es poca cosa el
prodigio a la inversa logrado por el chavismo. La izquierda venezolana, sobre
todo la encarnada en un sector de AD, el PCV el MIR y los diversos
desprendimientos que se produjeron de estas organizaciones, que participaron en
la lucha guerrillera contra los gobiernos de Betancourt y Leoni, perdió la
batalla militar contra las fuerzas gubernamentales y el ejército, pero uno
podría afirmar que ganó la batalla cultural por imponer referentes populistas y
de avanzada social en el discurso de prácticamente todos los partidos,
incluyendo a AD y Copei.
El asunto es complejo y exigiría
un análisis más exhaustivo, pero el hecho de que los partidos políticos
modernos en la Venezuela del siglo XX surgieran al amparo de una dura lucha,
primero contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y luego de la Marcos Pérez
Jiménez, condicionó profundamente su discurso y narrativa. En los programas y
acciones políticas de prácticamente todos los partidos se incorporaban
elementos de progreso social y económico, una clara posición de separación de
los militares del poder y un lenguaje a favor de la libertad y la democracia.
Esta convergencia se expresó en
una Constitución Nacional de consenso que sirvió por más de tres décadas de referencia
para el país. De hecho, y puede quizás considerarse una declaración atrevida,
podría afirmarse que ninguno de los partidos importantes de Venezuela,
incluyendo a AD, Copei, URD y el movimiento que fundó Arturo Uslar Pietri, eran
de derecha en el sentido convencional, aceptado internacionalmente, de la
palabra.
La reencarnación de Boves
Por supuesto que una declaración
como la del último párrafo es anatema para el chavismo irredento, que pretende
construir divisiones y diferencias entre los venezolanos distorsionando la
historia a capricho. Pero la verdad del asunto es que tanto Pompeyo Márquez
como Teodoro Petkoff, por mencionar a dirigentes tradicionalmente asociados a
un lado del espectro político, y Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera y Rómulo
Betancourt vinculados en el imaginario popular con el otro extremo, terminaron
por estar unidos en una doctrina común de defensa de los valores democráticos y
la libertad. En este contexto, no es casualidad, por supuesto, que tanto el MAS
como AD estén vinculados a la Internacional Socialista.
Cómo ocurrió que en un país sin
corrientes importantes de derecha y con una robusta izquierda democrática, se
coló entre los palos un movimiento autoritario y resentido como el chavismo
hasta llegar a Miraflores es un penoso capítulo de la historia venezolana que
ya ha sido analizado exhaustivamente. Para los efectos de esta columna, baste
con observar que, ¡Oh paradojas de la historia!, la pretendida revolución
chavista se ha convertido en la amenaza más importante de nuestra historia
moderna a la democracia y la libertad de la nación.
Mas allá de eso, e
independientemente de su pretendido origen, o quizás precisamente por su origen
militarista y nacionalista, el chavismo se ha transformado en un movimiento
abiertamente fascistoide y represivo, dispuesto a librar una guerra contra su
propio pueblo para mantenerse en el poder.
Para muchos de nosotros, ligados
a la izquierda democrática y defensora de la libertad, la acción de los
sepultureros de la izquierda es especialmente repulsiva porque arrastran con su
conducta palabras y motivaciones, como la idea de combatir la pobreza, que, en
otro contexto, serían nobles utopías éticas por las que valdría la pena luchar.
La reencarnación de Boves
Por supuesto que una declaración
como la del último párrafo es anatema para el chavismo irredento, que pretende
construir divisiones y diferencias entre los venezolanos distorsionando la
historia a capricho. Pero la verdad del asunto es que tanto Pompeyo Márquez
como Teodoro Petkoff, por mencionar a dirigentes tradicionalmente asociados a
un lado del espectro político, y Carlos Andrés Pérez, Rafael Caldera y Rómulo
Betancourt vinculados en el imaginario popular con el otro extremo, terminaron
por estar unidos en una doctrina común de defensa de los valores democráticos y
la libertad. En este contexto, no es casualidad, por supuesto, que tanto el MAS
como AD estén vinculados a la Internacional Socialista.
Cómo ocurrió que en un país sin
corrientes importantes de derecha y con una robusta izquierda democrática, se
coló entre los palos un movimiento autoritario y resentido como el chavismo
hasta llegar a Miraflores es un penoso capítulo de la historia venezolana que
ya ha sido analizado exhaustivamente. Para los efectos de esta columna, baste
con observar que, ¡Oh paradojas de la historia!, la pretendida revolución
chavista se ha convertido en la amenaza más importante de nuestra historia
moderna a la democracia y la libertad de la nación.
Mas allá de eso, e
independientemente de su pretendido origen, o quizás precisamente por su origen
militarista y nacionalista, el chavismo se ha transformado en un movimiento
abiertamente fascistoide y represivo, dispuesto a librar una guerra contra su
propio pueblo para mantenerse en el poder.
Para muchos de nosotros, ligados
a la izquierda democrática y defensora de la libertad, la acción de los
sepultureros de la izquierda es especialmente repulsiva porque arrastran con su
conducta palabras y motivaciones, como la idea de combatir la pobreza, que, en
otro contexto, serían nobles utopías éticas por las que valdría la pena luchar.
Fuente: ABC de la semana