Esta es la letanía que estremece a los hogares venezolanos cuando se inicia la jornada diaria, cuando la subsistencia impone la norma al momento de decidir la dieta alimentaria familiar, condición que nos deriva en un país de desnutridos, como lo resaltan los indicadores de consumo de carne, pollo y otras vituallas necesarias para el ser humano, resumidas en apenas un tercio de lo que se ingería un año antes.
Por tanto, el apocalípsis es observable cuando las imágenes recorren el mundo entero con la muerte de niños por comer yuca amarga, adultos hurgando en la basura y hasta el caso reciente de una niña en Maracaibo fallecida por comer desperdicios en basureros. A este cuadro dantesco se agrega la inexistencia de medicinas y tratamientos para las enfermedades crónicas que fulmina silenciosamente a decenas de personas en todo el territorio nacional.
En realidad, los venezolanos nos hemos convertido en una especie de descendientes de Robinson Crusoe, el personaje de la famosa novela de Daniel Defoe, asombrados al extremo cuando sabemos que hay artículos de la dieta diaria en cualquier parte, escudriñando como aventureros, como el joven Robinson que esperaba ansiosamente en su isla desierta restos de naufragios para poder subsistir.
Lo cierto de nuestra tragedia de no saber qué se come cada día es que nos revela una dramática realidad, la descrita por el indio Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998, quien manifestaba que el ser humano pierde su libertad si no tiene medios para acceder a los bienes de consumo para subsistir. Es decir, no solo se pierde la condición de libertad cuando no hay derecho político de expresarse libremente, también cuando no hay acceso a la alimentación necesaria para sobrevivir.
Esta amarga situación se agrava al percatarnos de que nuestros salarios no lograrán alcanzar jamás una cesta básica alimentaria que ronda cerca de 800.000 bolívares. La realidad nos remite entonces a la necesidad de recurrir a las remesas de familiares, hijos o quienes desde el exterior se compadezcan de nuestra desgracia, enviando el dinero necesario para la subsistencia. Ese parece ser nuestro destino, similar a los pueblos de América Central, donde los aportes de sus connacionales significan hasta 40% del producto interno bruto de varios países de la región. De hecho, México recibe más de 24.000 millones de dólares anuales, producto del trabajo de millones de mexicanos que laboran en el mundo entero, especialmente en Estados Unidos. En resumen México recibe más por remesas de sus ciudadanos, que por la exportación petrolera de 22.000 millones de dólares anuales.
Lo cierto del caso es que imponer el terror como política de Estado es la respuesta a este drama que describimos, y al reclamo popular por haber arruinado al país, destruido empleos, cerrado empresas productivas, pulverizado nuestra moneda nacional, convirtiendo al bolívar en una ficción y el hazmerreír de las economías del continente. De aquella poderosa moneda que teníamos hoy solo quedan las sobras del festín psuvista y la ruina generalizada de toda la población. Esta realidad reclama el entendimiento nacional de todos los venezolanos, dispuestos a confrontar y superar la postración nacional.
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