Una venezolana prefirió callar ante las frases rencorosas de un grupo de panameños en la estación del metro, en Ciudad de Panamá. Tenía miedo que arremetieran en su contra. Los comentarios eran despectivos: “los venezolanos vienen a quitarnos oportunidades de trabajo”, “se creen los dueños del país y han dañado el alquiler de las casas, pagan más pero viven hasta 12 personas”.
En la década de los años 80, Venezuela dio trabajo a miles de extranjeros en pleno auge petrolero. Hicieron riqueza, formaron familias y tuvieron una vida estable. En ese período, Panamá era gobernada con la mano de acero de Manuel Antonio Noriega, lo que provocó un éxodo masivo de panameños a Colombia, Canadá, Estados Unidos, pero especialmente a Venezuela. Hoy se invirtieron los papeles: Panamá es un destino para los venezolanos que huyen del socialismo chavista.
María Montoya es abogada y directora de la firma Legalys, especializada en servicios personalizados en las áreas de migración. Ella sabe que Panamá tiene un crecimiento sostenido los últimos 3 años de 7% del Producto Interno Bruto, y que de ese total, 8% ha sido aporte de venezolanos.
El escozor surgió en los panameños por la cantidad de venezolanos en su país. Al ser la mayoría profesionales altamente calificados, los prefieren para ocupar puestos de trabajo y cargos superiores en empresas importantes. Ahora, insultos y desprecios de ambas partes son el pan de cada día.
Norka Ollarves sopesó la decisión de irse de su país durante dos años. Pero su oportunidad se materializó durante las protestas 2014. Panamá se convirtió entonces en una opción que brindaría a sus hijos un mejor futuro, aunque sólo contaba con $500. “Los panameños no son para nada amigables con el extranjero, pero yo veía la prosperidad”.
Su primera faena la obligó a fregar ollas de carbón con más de un metro de diámetro, pese a ser una profesional. En el camino realizó miles de trabajos para alimentar a su familia, mientras anhelaba ejercer su profesión, oportunidad que se presentó casi un año después. Actualmente es jefe en una empresa de alimentos, posee una casa y un vehículo, cosa que en Venezuela no habría logrado en tan poco tiempo.
Pero ahora se le presenta el reto de convivir con algunos nacionales a quienes no les agrada su presencia. “Los que trabajan conmigo en el mismo nivel de rango se sienten desplazados por una extranjera y siempre está ese deseo de competir”.
Para Ollarves emigrar no fue fácil, pero luego de tres años le da gracias a la nación panameña por recibirla, no se arrepiente de su decisión. Sus hijos tienen una vida más segura y mejor educación. En su opinión, en Panamá existe la xenofobia, pero de un pequeño grupo de nativos que se siente desplazado.
Karla Ramos se marchó del país al terminar su carrera, en busca de oportunidades laborales que en Venezuela le fueron negadas. Su mayor temor era pasar inmigración por el riguroso proceso de revisión. Conseguir trabajo tampoco le fue fácil, “Pasé tres días caminando, entregando currículum en todas partes, buscando una oportunidad”.
Ramos sabía que no era la primera, ni sería la última venezolana en una situación como esa, pero la ocasión llegó en una empresa que contrata venezolanos por su grado de eficiencia. Agradece a los panameños haberle abierto las puertas, pero irse, para ella representó cambiar unos problemas por otros.
Episodios de segregación ha protagonizado el Frente Nacional Panameño. El del 20 de noviembre convocó una cadena humana en contra de la inmigración venezolana y colombiana, por iniciativa del estudiante Pedro Rincón. La convocatoria exigía cambiar la regularización migratoria y crear un visado especial para inmigrantes de ambas naciones.
Panamá tiene una población de 3 millones de habitantes y un alto crecimiento habitacional que aspira a convertirlo en un país de primer mundo.
Desde la firma Legalys, María Montoya analizó que las leyes migratorias panameñas siempre han sido abiertas. “No le conviene al gobierno hacer esta modificación pues a la mirada internacional podría parecer una actitud xenofóbica. El venezolano ha aportado mucho a este país, las propuestas no son viables”.
El embajador de Panamá en Venezuela, Miguel Mejía, calificó estas convocatorias como actos reprochables que rayan en la discriminación. Rechazó por medio de un comunicado las intenciones malsanas de un minúsculo movimiento anónimo hacia los inmigrantes, sobre todo a la comunidad venezolana que ha hecho de Panamá su nuevo hogar.
Aunque no hay un político de peso que apoye estas iniciativas, existe un sentimiento de rencor que no precisamente es expresado. Mientras tanto, muchos venezolanos siguen callados ante las expresiones xeofóbicas en la estación del metro.
El carabobeño
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