El carísimo costo de las palabras turbias


El carísimo costo de las palabras turbias


Por: Cristina Barberá González

A pesar de que en las últimas décadas filosofías pos-modernas, calificadas como “positivas” invitan a evitar, y de ser posible suprimir, cualquier palabra, pensamiento o sentimiento “negativo”, basados en que serían una suerte de imán para el estancamiento o cosas peores, desde el psicoanálisis lo entendemos de otra manera. Todo contenido que surge en lo íntimo de nuestro ser es importante y merece ser atendido. Mismo alegría que tristeza, rabia que complacencia, etc… El efecto de intentar borrar lo “negativo” en pro de lo “positivo” tiene altísimos costos como iremos develando a lo largo de esta líneas. Negar o disimular sería como barrer la casa e ir acumulando la basura debajo de las alfombra, o un ejemplo que a todos nos afecta en épocas de lluvia, al no destapar las alcantarillas. La basura no se desvanece porque no la veas, por más que tu mente te engañe al respecto. ¡Ojo! Tampoco se trata de revolcarse y quedarse en la mugre. Se trata más bien de una trabajosa transacción interna que permita darle espacio a la propia verdad interna o externa, con sus bemoles y responsabilidades.

El cuerpo habla se dicen las abuelas. El cuerpo social también. Si no me permito mentalmente estar triste, inconforme o rabioso, por algún lado inevitablemente se expresará ese sentimiento-verdad; así de simple. Si lo pensamos desde otro lado, la física por ejemplo, sabemos también que la energía no desaparece, se transforma. Así mismo porque no pensemos o no le demos palabra a algo, esto deja de existir; se trasformará y buscará existencia y reconocimiento. Generalmente de formas aún más aparatosas que la situación inicial.

No sólo es negar, también distorsionar y “disfrazar” ¿Cuáles han sido entonces los costos de este mecanismo para el cuerpo social Venezuela?

En nuestro país hace años existe un régimen dictatorial de ideología socialista-comunista. Por razones de supervivencia, el sujeto tiene el mayor interés en no pensar, es inducido a huir, a alienarse, a quedarse encerrado en sí mismo (sí mismo familia, sí mismo gremio, etc). Evita o “no puede” pensar en la realidad que percibe por los temores que esto despierta (temores muchas veces peores en nuestra imaginación que en la realidad). Esta alienación puede también tomar la forma de desmentida; desmentida por ejemplo cuando el horror adquiere cualidades del espectáculo de lo cotidiano, o cuando el régimen totalitario de estado va distorsionando el significado de los términos (Viñar, 2005). Lo más traumático no sería el trauma mismo, sino la desmentida del hecho traumático (Ferenczi, 1939).

En este sentido, el llamado, y reclamo también, es a todos nosotros. Debemos parar de personalizar la desgracia que vivimos repitiendo como autómatas que Maduro está loco, que Maduro es el problema y así cualquier otra personalidad. No podemos seguir diciendo que el gobierno no rectifica. No es un gobierno con errores. Es una Dictadura muy bien programada y exitosa en su proyecto.

Así como el sujeto que no se anima a reconocer que está triste o rabioso y entonces nada puede hacer al respecto mas que esperar, sin darse cuenta, a que la bola de nieve se convierta en avalancha y finalmente no le quede de otra que estar bien triste o furibundo, así nosotros como ciudadanía no podemos seguir disfrazando los términos de la realidad que nos envuelve. Ya lo he dicho en otras oportunidades. Es muy distinto asumir y sostener que estamos en Dictadura que seguir creyendo que estamos en una pseudo-democracia por el hecho de que las medidas que convoca cada perspectiva son muy diferentes.

El costo de no llamar a las cosas por su nombre, por más complejas y difíciles que sean son evidentes. Tenemos regulación de precios, de comida, de medicinas, de libertad de expresión, ahora incluso de efectivo y dinero sudado “resguardado” en una cuenta bancaria, regulaciones de compra y venta de bienes, de turismo.. La libertad hace rato que se acabó. Llamarlo regulación tal vez sea otro error automático al que venimos acostumbrados. Si los supuestos políticos “opositores” no se atreven a decir lo que ES, tenemos el deber de hacerlo nosotros; por nuestra salud mental: individual y colectiva.

Por ejemplo, no se trata de crisis humanitaria, se trata de GENOCIDIO, palabra atroz y macabra pero duramente real. Las fajas etarias extremas (niños y ancianos) las más vulnerables. Si incluimos al hampa no queda duda. No hace falta un campo de concentración para llamar a esto ¡GENOCIDIO! No se trataría entonces de rogar la benevolencia del régimen en permitir la ayuda humanitaria, esto a mi entender es caer en el juego perverso de la “élite política”. ¡Se trata de luchar por RESTABLECER el derecho humano a la VIDA! ¡Basta de mendigar!

La desmentida, la palabra turbia, no sólo velarían a la víctima la cualidad del acto criminal, sino que permiten el desconocimiento del acto por parte del perpetrador en el momento mismo de realizarlo (Reznisky, S. 2006)

El llamado es entonces a toda la sociedad civil, al “establisment” comunicacional dentro de ella, que tanto a suscrito el mensaje distorsionado, pero en especial a cada uno de nosotros a definir de veras a las cosas por su nombre. Nombres terribles tal vez, pero mucho más transparentes que tienen el potencial de demarcar e impulsar una actitud más coherente con la realidad; no una bola de nieve que terminará en catástrofe. Aún tenemos tiempo.

Hay que ilustrarse sobre la desobediencia civil. Es imperativo para cada ciudadano descubrir que desobediencia no es igual a derramamiento de sangre como han repetido y distorsionado hasta el cansancio. Existen formas sensatas y resguardadoras de la vida de ejercer este derecho y la mejor parte es que tiene los efectos de derrocar regímenes como el nuestro. Desobedecer no es salir a matarnos. “Esperar que bajen los cerros” no es más que mantener el “establishment” clasista que nos trajo a esto, y estar destinado así, una vez más, al derramamiento de sangre inocente; es la clase media desresponsabilizándose de su parte y potencia.

Tenemos pruebas que ensimismarnos y desmentir o disfrazar la violencia de estado cada vez resulta más catastrófico. Mientras más lo evites más grande se hará (como la basura debajo de la alfombra) Nada muere, todo se transforma; para bien o para mal.

Te invito entonces a ti que estás leyendo, a comenzar a observar tus palabras con cuidado e invitar a otros a hacerlo con tu ejemplo. Esto podría ser tu primer acto de desobediencia y resistencia real contra el régimen sin que te maten por esto. Por ejemplo, cambiar Maduro es el culpable, el gobierno “bruto”, crisis humanitaria, las torpezas de la oposición por otras más ajustadas y sintonizadas con lo real desde tu sincera y reflexiva perspectiva. Para mí resulta más coherente: Dictadura, Régimen Castro-comunista, Genocidio, Sumisión y Colaboracionismo. No es de ninguna manera capricho o mandato. Yo no tengo la respuesta. Sólo propuestas para dejar de hacer lo mismo que venimos haciendo que a mi entender ha propiciado la avalancha. Esa suerte de estado hipnótico que te protege pero que en verdad está haciendo un boquete en el suelo que estás parado y todos nos estamos dando cuenta.

La palabra tiene el poder de curar cuando te acercan a tu realidad, y también el de enfermar cuando te alejan. Usa las tuyas con conciencia, con respeto y lealtad hacia ti mismo y tus semejantes.


La patilla

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