Nicolás Maduro ha consumido su capital político y, tras un mes de protestas y una treintena de muertos que han puesto a Venezuela, desde hace días, en todos los noticieros del mundo, el sucesor de Hugo Chávez (igualmente vulgar, pero más torpe) no encuentra otro recurso que querer cambiar las reglas del juego para seguir en el poder. La constitución de la República Bolivariana de Venezuela, pese a haberla violado en numerosas ocasiones, ha dejado de serle útil (el parlamento legalmente electo es de mayoría opositora y el pueblo está en la calle cada vez más insubordinado) y el pintoresco presidente quiere una nueva. La de Chávez a la basura, pues no le sirve más.
Fuera para reírse de este sujeto esperpéntico que lanza palabrotas desde la tribuna con voz engolada y gestos simiescos mientras el país que preside se está cayendo a pedazos. Se reiría uno si no fuera tan trágico y tan desolador, si no produjera gran congoja ver un país tan rico en recursos naturales que alguna vez fuera próspero, aunque corrupto, al que solo le queda la corrupción encabezada por un mono parlero desde una especie de retablo de títeres.
La fórmula a que recurre Maduro dista de ser nueva. Quien saliera presidente en unas elecciones opacas que, sin embargo, hoy no podría ganar, quiere quedarse en su puesto porque sí, contando para ello con las turbas de facinerosos que le apoyan y que ya son una minoría ridícula. La democracia gelatinosa donde el chavismo se ha movido a lo largo de estos años que son lo que llevamos de siglo y algo más ya no es viable y, por tanto, es preciso radicalizar el proceso, de lo contrario tendría que dimitir frente a una crisis que no parece tener otra salida. ¿Dimitir? ¡Pero cómo se le ocurre! ¡Ni pensarlo! Un rey de derecho divino, a quien le hubieran impuesto los santos crismas, habría dicho lo mismo. Es un discurso que los tiranos, o aspirantes a serlo, han pronunciado desde siempre. Los índices de popularidad no cuentan, mera estadística. El “pueblo” a quien se invoca y en nombre del cual se manda es una abstracción encarnada en una cuerda de matones.
Venezuela está a punto de recobrar la libertad y reemprender su destino de país próspero o de hundirse en la noche de un largo despotismo, y esto último no debemos verlo con indiferencia los que estamos a salvo de ese horror ni los gobiernos que nos representan. En este sentido algunos mandatarios latinoamericanos, y en colectivo la Organización de Estados Americanos, han mostrado su repulsa y hasta han hablado de imponer sanciones, pero hasta el presente las medidas punitivas contra un gobierno que incluso se niega a respetar sus propias reglas no han pasado de las amonestaciones. Es hora de llegar a más, especialmente Estados Unidos que, como primera providencia, debería cancelar de inmediato las compras de petróleo a Venezuela y congelar todos los activos bancarios del Estado venezolano.
Los ciudadanos no debemos permanecer callados mientras, a la vista del mundo, un aprendiz de tirano quiere imponérsele a su pueblo. Iniciemos una campaña de presión, reunamos el suficiente número de firmas para que nuestros funcionarios electos, y en particular el presidente Trump, se sientan impelidos a actuar decisivamente en la crisis de Venezuela. El pueblo venezolano en las calles ya se ha ganado nuestra solidaridad y nuestro respeto. Exijamos a nuestro gobierno que obre en consecuencia. El derrocamiento de Nicolás Maduro y la erradicación de esa lacra continental que es el chavismo deben estar en la agenda de todos.
Escritor cubano, autor de poesía, ensayos y relatos.
©Echerri 2017
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