Pasarán muy pocos días antes de que el un nuevo gobierno sea señalado de venta de la soberanía a los intereses oligárquicos locales y extranjeros. No sería más justo pensar que sin la ayuda de ellos no sería posible elevar la calidad de vida de los venezolanos
El estatismo venezolano ha terminado asfixiando, casi por completo, la economía venezolana. Pareciera el estatismo forma parte del ADN del venezolano, pues casi sin excepción los gobiernos de, al menos, los últimos cien años así lo han padecido. Hay quienes definitivamente piensan el estado ha de resolver y encargarse de toda la actividad de la sociedad, que debe ser el estado el proveedor de cuanto bien y servicio demande la sociedad.
El colectivismo totalitario, causante de muchos de los males en los países donde se ha practicado, es un anacronismo presente solo en la Venezuela de del Castro chavismo. Hay igualmente quienes practican un elevado estatismo, más por resentimientos sociales, por animadversión al sector privado, a las iniciativas individuales que por una convicción ideológica. Son muchos los ejemplos de medidas dizque para favorecer a los trabajadores se decretan para asfixiar más la iniciativa privada. Los gobiernos han sido celosos en obligar el cumplimiento de esas medidas laborales por parte del sector privado y ellos a su vez no las practican con sus propios empleados y trabajadores.
El Estado dispone de innumerables mecanismos para controlar y regular a los distintos actores de la sociedad, sin necesidad de sustituirlos en esa función de proveedor de bienes y servicios. La máxima tanto mercado como sea posible y tanto estado como sea necesario está hoy día más vigente que nunca. La reconstrucción de nuestro país pasa por no solo una apertura permisiva a las iniciativas privadas, sino por la intensa promoción y estímulo a la misma. Si bien el nivel de aceptación del modelo político económico del actual gobierno es muy bajo, el mismo se encuentra cercano al 20%. Esta cifra no es nada despreciable, máxime sí tan solo hace menos de tres años la misma se ubicaba en valores de más del 50% de aceptación de los venezolanos. La lucha por recuperar credibilidad por parte de un nuevo gobierno es una tarea nada fácil.
Propios y extraños tienen toda la aprensión del mundo para intentar nuevamente invertir en Venezuela. Los castigos, la implacable persecución practicada contra la iniciativa privada en Venezuela ha dejado una huella que solo la perseverancia y constancia en sanas medidas económicas y sociales, podrán ir difuminando. La judicialización perversa de la economía será muy difícil de borrar, se necesitarán castigos ejemplares para los autores de dichas prácticas, de nuevas caras en la justicia antes de que pueda reestablecerse un flujo normal de inversiones y el país alcance la seriedad mínima que la haga destino de inversiones estables, generadoras de bienestar para los venezolanos.
En sus inicios, solo se atreverán a invertir en nuestro país, actores propensos al alto riesgo compensado por elevadas tasas de remuneración y de poco tiempo para recuperar los capitales invertidos. El capital especulativo se hará presente antes de que lo haga el capital reproductivo ahuyentado por los años del Castro chavismo. Vienen rápido a la mente varias preguntas: ¿habrán sido suficientes los años del estatismo exacerbado del Castro chavismo para morigerar el estatismo venezolano? ¿Continuará pensando el venezolano que somos un país rico sometido al asedio de capitalistas inescrupulosos en la búsqueda de apoderarse del petróleo, las industrias básicas, los servicios públicos? Pasarán muy pocos días antes de que el un nuevo gobierno sea señalado de venta de la soberanía a los intereses oligárquicos locales y extranjeros. No sería más justo pensar que sin la ayuda de ellos no sería posible elevar la calidad de vida de los venezolanos. ¿Cuál es el justo medio antes de condenar?
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