Comenzaba los años dos mil y en el diario El Universal salió un artículo del siempre recordado Tomás Polanco Alcántara. Lo tituló “Yo no me voy de aquí”.
Por: Corina Yoris
El estilo del doctor Polanco era muy directo, sin vericuetos; las razones, por las cuales él decía que permanecería en el país, me emocionaron mucho. Lo llamé telefónicamente para expresarle mis sentimientos y sostuve con él una grata conversación de venezolanos que no queríamos emigrar. Pero, suelo ser muy proactiva y decidí que escribiría también las razones que me asistían para permanecer en Venezuela.
Redacté el artículo que salió en El Nacional, (escribo para este diario desde hace mucho tiempo) y lo titulé “Yo tampoco me voy, Dr. Polanco”. Esos dos escritos provocaron la inmediata reacción del estimadísimo Carlos Capriles, quien en un diario de la Cadena Capriles nos respondió y nos dio sus razones, su artículo estaba titulado “Yo sí me fui”. Sus motivos eran muy claros, él había sido víctima de la delincuencia que ya empezaba a hacer estragos y decidió salir de Venezuela.
Las razones nuestras, de Polanco y mías, oscilaban entre razones sentimentales en un extremo y políticas en el otro; las de Capriles estaban muy bien cimentadas en la visión política que le hacían ver con clarividencia lo que le esperaba a Venezuela. Fuesen de una índole u otra, en los tres había un gran amor por nuestra Tierra de Gracia, así como un profundo dolor ante la situación que apenas comenzaba a vislumbrarse.
En muchas ocasiones oí a muchas personas decir que se quedarían en el país y sus razones giraban alrededor de las dadas por nosotros. Aún no se había acentuado el síndrome de la huida de Venezuela. A medida que avanzaron los años, la situación empeoró y el auge delictivo incidió en el deseo de salir de un lugar donde peligra la vida, corren riesgo los bienes; si a ello le sumamos el acentuado deterioro de la calidad de vida, nadie duda de la legitimidad de esas razones para salir del país. ¿Cómo no querer salir si peligra todo a tu alrededor? ¿Cómo no sentir deseos de conseguir un lugar en el mundo donde no tengas miedo de enfermarte porque sabes que no van a conseguir ni tan siquiera una aspirina?
Enfatizo el punto porque quiero dejar sentado que respeto y reconozco la legitimidad de los motivos de quienes se embarcaron y salieron de Venezuela. Pero, yo me quedé. ¿Por qué? Me lo pregunto a diario, he sido víctima de la delincuencia en diversas modalidades; sufro en carne propia el deterioro de nuestra cotidianidad; he padecido el calvario de necesitar un documento que tenga que salir de una entidad pública; me he visto vetada porque firmé en varios documentos donde se protestaba por algún abuso y la petición de un referéndum. Todo es suficiente, incluso, para solicitar un asilo. Sin embargo, aquí estoy.
¿Quién va a rescatar a Venezuela? ¿Quién va a luchar por restituir los derechos económicos, por el derecho a disentir sin sentir temor, por devolver esperanzas a un país, por darle libertad a quienes sufren injustamente prisión? Se habla de una transición y se barajan nombres. Oigo pasmada como sugieren a quienes atentaron contra Miraflores, a quienes intentaron entrar en tanques bajo el eslogan de “necesitamos una persona que negocie y sea aceptada”; oigo y leo que muchos citan una frase terrible que dice “lo que se debe cambiar es a las personas, no al sistema” ¡Vaya, por Dios! ¿No se dan cuenta de la premisa oculta de tal seudo-razonamiento? Se esconde que “el sistema sirve y que bastaría con cambiar de personas para que este sistema socialistoide funcionara”. ¿Hasta cuándo vamos a seguir sosteniendo esa ideología que ha destruido a Venezuela?
Cuando mi mamá enfermó de gravedad estuve a su lado y no salí corriendo asustada ante la posibilidad de verla morir. La asistí en todo lo que mis fuerzas juveniles -para ese entonces- me permitieron; de igual manera, creo que no debo abandonar a mi patria. Creo que desde mi trinchera puedo contribuir a rescatarla.
Venezuela necesita que insistamos en construir un sistema donde se respeten los derechos individuales; donde funcione el Estado de Derecho; éste fuerza tanto a los gobernantes como a los gobernados a obedecer las reglas, y de esta manera imposibilitar la arbitrariedad en el poder.
Tenemos que partir de una premisa indiscutible: somos seres racionales y, en consecuencia, nos asisten derechos individuales inviolables. Destaco uno de ellos que ha sido vulnerado de manera flagrante: tenemos el pleno derecho a decidir nuestra vida privada, a vivir libremente, a gozar de la propiedad y a aspirar a una vida cada vez más plena y realizada. En cuanto al Estado, no debe tener más espacio que el conferido por las leyes.
¿Es mucho pedir que contribuyamos a ese rescate?
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