El clamor recorre las calles de Venezuela, cada día con mayor intensidad, con mucha mayor indignación. “¡Fuera Maduro!”. Eso es lo que se escucha en todas partes.
PoR: Armando Durán
Lo mismo le ocurrió a Dilma Rousseff. En Brasilia, en Sao Paulo, en Río de Janeiro. La irritante consigna “¡Fora Dilma!” la acompañó, implacable, durante las últimas semanas de su mandato presidencial. La diferencia entre aquella experiencia y la nuestra es que en Brasil existía una sólida institucionalidad democrática y los poderes públicos pudieron enjuiciar y destituir a la presidenta Rousseff con absoluta libertad. Aquí, en cambio, esos poderes, con la única excepción de la Asamblea Nacional, secuestrados desde el año 2000, son simples oficinas al servicio exclusivo de Miraflores.
No obstante, esta ingrata especificidad del régimen, los venezolanos no deben dejarse confundir. La suerte política de Nicolás Maduro ya está echada, también de manera definitiva, desde que el pueblo ha agrupado en ese “¡Fuera Maduro!” la suma de todos los reclamos políticos, económicos y sociales que acorralan a la población. O sea, que ya nadie protesta por la escasez de alimentos y medicinas, por el colapso de los sistemas de salud pública y educación, o por la costosa devaluación del bolívar y los efectos devastadores de la hiperinflación. Ni siquiera por la celebración de las elecciones y referendos que han sido cancelados porque sí. Lo que el pueblo demanda es libertad. Los ciudadanos han entendido que la solución del problema es más sencilla de lo que parece, porque la culpa de esta gran catástrofe nacional se concentra en Maduro.
Nada ni nadie podrá modificar esta convicción. Todo lo contrario. Cada día que pasa se agrava la crisis de Venezuela como nación. Y crece la certeza de que la solución pasa por la urgente sustitución de Maduro en la Presidencia de la República. Solo así tiene el país la posibilidad de detener su precipitada marcha hacia ese mar de la felicidad que los cubanos sufren desde hace casi 60 años. Por eso, “no queremos –gritan millones de venezolanos desesperados– una dictadura como la cubana. Queremos libertad”. A sabiendas de que el primer e imprescindible paso para hacer realidad esa ilusión de cambio político a fondo es la salida anticipada de Maduro de la Presidencia. Lo que nadie parece saber con precisión es cómo transformar el impulso indetenible de la marea humana que desde hace más de 40 días recorre las calles de Venezuela y demanda la salida inmediata de Maduro en una nueva y esperanzadora realidad política.
Hace bastantes años, en vísperas del referéndum revocatorio del mandato presidencial de Hugo Chávez en 2004, Heinz Dieterich, su entonces principal asesor político, se lo advirtió: “Quien pierda el referéndum lo pierde todo”. Chávez tomó las palabras del alemán con la seriedad del caso y sus múltiples amaños, para sorpresa de los dirigentes de la Coordinadora Democrática, le permitieron aquel 15 de agosto ganarlo todo. Maduro no necesita que le repitan ahora ese aviso. Sabe que quien pierda esta batalla que comenzó el pasado 2 de abril lo perderá todo. Para siempre. Y como Chávez entonces, ha decidido agotar todos sus recursos, incluso el insólito cierre de calles y avenidas con contenedores para cerrarles el paso a las marchas de protesta. Y sin importarle para nada que la represión desatada se haga cada día más brutal ni que cada día se cubra el asfalto de las calles con más y más sangre inocente.
Esta es la penosa contradicción de estos días. Si bien la rebelión pacífica de los ciudadanos que ocupan las calles de Venezuela no basta por sí sola para producir el anhelado cambio político, Maduro tampoco podrá permanecer en el poder más allá del plazo más corto. La dinámica desencadenada por este rotundo “¡Fuera Maduro!” tampoco ya la puede parar el régimen. En cualquier momento, tarde o temprano, al menos para salvar algo del naufragio que se avecina, los factores internos y externos del poder, al son de esa consigna terminante, terminarán por aceptar su sentido más estricto. Fuera Maduro. Ya.
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