Da la medida de lo catastrófica que es la situación de Venezuela el que se hayan despertado los dormidos instintos democráticos de la OEA y sacudido la letárgica neutralidad de México. Con su oportuno fervor demócratico el secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha dado un admirable ejemplo de lo que debería ser siempre el organismo interamericano: un defensor firme y consecuente de la libertad y el estado de derecho. Y en las últimas semanas el gobierno de Enrique Peña Nieto ha superado la históricamente tibia neutralidad mexicana y encabezado junto a Perú, a los países latinoamericanos, que han denunciado el deterioro de la legalidad en Venezuela y exigido la liberación de los presos políticos, el respeto a instituciones democráticas como la Asamblea Nacional –dominada por la oposición– y el restablecimiento de un libre y transparente proceso electoral.
Nada de eso ocurrirá, sin embargo, a menos que las democracias regionales mantengan espabilados sus instintos democráticos y continuen exigiéndole a Venezuela que honre su compromiso teórico con los postulados de la OEA. Es evidente que el régimen de Nicolás Maduro se sorprendió ante el contundente rechazo de las democracias americanas y europeas al autogolpe que ensayó cuando hizo que el Tribunal Supremo –integrado por títeres del régimen– asumiera las facultades de la asamblea legislativa. Por eso anuló la ilegal maniobra. Pero su sistemático asalto a los últimos vestigios de democracia continúa.
La semana pasada, por ejemplo, inhabilitó durante 15 años al ex candidato presidencial opositor Henrique Capriles, lo que le impediría postularse a la presidencia si por fin se autoriza una elección en 2018. La arbitraria decisión coincide con la rehabilitación de la imagen publica de Capriles –a quien muchos venezolanos veían ya como pusilánime y flojo– luego que este se convirtiera en uno de los líderes de las recientes protestas callejeras. Y en una estocada potencialmente mortal a la libre información, el régimen prohibió las señales de Vivo Play, VPI Television y Capitolio TV, las cuales por internet transmitían noticias sobre las actividades de la oposición. A los tradicionales canales de televisión y otros medios los había comprado o amordazado hace tiempo.
LLAMA PODEROSAMENTE LA ATENCIÓN EL SILENCIO QUE SOBRE LA AGUDA SITUACIÓN VENEZOLANA GUARDAN CONOCIDAS PERSONALIDADES POLÍTICAS QUE SE DECÍAN AMIGOS DE VENEZUELA
La firmeza en el reclamo a Venezuela será indispensable para impedir que Maduro lleve a cabo su plan manifiesto de aniquilar la democracia y erigirse en dictador todopoderoso. El improbable caudillo, que carece de carisma y capacidad de gestión, solo puede consolidarse a la fuerza. Y lo sabe. Durante su patético reinado, Venezuela ha padecido cuatro años consecutivos de una brutal recesión, con una inflación galopante y salarios congelados a niveles de miseria. Muchos venezolanos sobreviven gracias a las remesas que reciben de familiares exiliados. Algunos se ven obligados a abastecerse en los basureros a pesar de que habitan un país rico en petróleo. Decenas mueren cada mes por falta de medicinas. Desde la Asamblea Nacional, la oposición ha propuesto medidas sensatas para paliar la crisis. Pero el régimen no ha permitido que ni una sola entre en vigor.
Llama poderosamente la atención el silencio que sobre la aguda situación venezolana guardan conocidas personalidades políticas que se decían amigos de Venezuela. Tal parece ser el caso de los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, de España, Martín Trujillo, de Panamá, y Leonel Fernández, de República Dominicana, quienes “mediaron” en los conflictos entre el régimen y la oposición el año pasado. En realidad, su autoproclamada amistad resultó ser más bien con el chavismo y, sobre todo, con la preservación del mito de que el chavismo, encarnado hoy por Maduro y sus secuaces corruptos, es bueno para los venezolanos. Por fortuna, la intensificación de la crisis está proporcionando nuevos amigos a los demócratas venezolanos, figuras y gobiernos más consecuentes con los ideales de la libertad y la democracia.
Las voces de esos nuevos amigos no deberían cesar de denunciar los atropellos del régimen ni de reclamar lo que es justo para Venezuela. Algunas, francamente, deberían escucharse con mayor claridad, como es el caso de los gobiernos de Estados Unidos y España. Es lo menos que puede hacerse en solidaridad con los miles y miles de venezolanos que, en las calles de su atribulado país, se están jugando la libertad y la vida.
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