Sería impensable creer que, ante la prolongación del conflicto venezolano, y la fractura del conglomerado que conforma el chavismo, dividido entre el chavismo “puro” de “filosofía chavista” como lo cataloga la Fiscal, Luisa Ortega Díaz y el “chavismo madurista”, Raúl Castro no esté tomando disposiciones que eviten perder el enorme espacio geopolítico ganado con la transformación de Venezuela en un apéndice del proyecto geopolítico cubano.
Hay que tener presente que el castrismo manifiesta su mayor soltura en los momentos de crisis. Las crisis le permiten enturbiar los principios éticos para alcanzar apoyos y al mismo tiempo que avanza, gana terreno en su empeño expansionista. Cuando se llega al clímax de una crisis que, por lo general, ellos mismos han contribuido a agudizar, aparecen los expertos cubanos como agentes del diálogo y la negociación, dinámica que desarrollan a dos niveles: el subterráneo, movilizando sus agentes de influencia de opinión para crear una matriz de opinión propicia de alcance mundial. Y el nivel público, en el que se escudan en un discurso de buena voluntad, de paz, de ecuanimidad.
Para este segundo escenario, han logrado contar con la colaboración de la Iglesia y desde el acceso del argentino Bergoglio, nada menos que del Vaticano. Lo vimos cuando el fallido diálogo, diseñado para que en verdad fallara, logró su cometido: fijarle la agenda a la MUD y ganar tiempo. La MUD cayó en la trampa.
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Si para evitar la pérdida de Venezuela es necesario deshacerse del dócil Nicolás, La Habana parece estar preparada. Prueba de ello, son los signos que a nivel internacional se van expresando. Por ejemplo, la publicación de una petición titulada “Llamado internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela, más allá de la polarización y de la violencia”, firmada por “intelectuales de izquierda”, en su mayoría latinoamericanos, aunque aparecen muchos europeos y estadounidenses.
Intelectuales latinoamericanos de izquierda en la búsqueda de la paz en Venezuela.
Es de todos conocida la influencia que ejercen las redes cubanas internacionales en el mundo académico. Los firmantes no necesariamente están al corriente de la fuente o de las motivaciones, pero la iniciativa lleva el sello de Cuba.
Los firmantes abogan por la creación de un “comité Internacional por la Paz”. Por supuesto, que consideran esta iniciativa positiva, en particular si lleva el sello de “izquierda”, pues hasta ahora, los sectores de izquierda obstaculizan a todos los niveles, académicos, parlamento europeo, organismos de derechos humanos, toda iniciativa relativa a la situación venezolana.
Es precisamente este sello el sello de la “izquierda” el que me conduce a compartir la opinión del sociólogo francés, especialista de Bolivia, Jean-Pierre Lavaud, cuyo texto vale la pena citar, pues no es corriente que alguien se atreva a opinar, y menos criticar, esa izquierda “políticamente correcta” que, desde tiempos de Stalin, opina, da lecciones y apoya regímenes totalitarios. A propósito de la referida petición, para el sociólogo francés, muchos de los firmantes del mundo académicos se percatan pero tardíamente de que algo anda mal, tras haber apoyado el “socialismo del siglo 21”, haberlo publicitado y haber acompañado en su implantación.
“Confortablemente sentados en sus butacas, esos resistentes de la última hora se compran una buena conciencia a bajo precio en el momento en que el régimen se derrumba y su fracaso es patente”.
“A ninguno se les ocurre expresar una autocrítica o renegar de sus ideas”.
“Tendrían mayor credibilidad si acompañaran sus firmas con un análisis serio acerca de los razonamientos y creencias que los condujeron a apoyar por tanto tiempo los gobiernos de esos países, mientras se aliaban a regímenes extremistas y a grupos terroristas, y se volvían cada vez más autoritarios y más corrompidos, y sus políticas se hacían más desastrosas”.
En lo personal, pienso que el párrafo que opina acerca de la oposición deja entrever el doble rasero con el que analizan el conflicto venezolano, y la razón por la cual nunca se harán una autocrítica o renegarán de sus ideas. Estos pensadores que no se expresan en tanto que académicos e investigadores, sino desde la “izquierda”, no podían quedarse sólo con la crítica al régimen y a lo que es la evidencia misma, la violación de las normas elementales de la democracia y “consolidación de un régimen autoritario”, sino que intentan trasladarle la culpa a la oposición.
En tanto que investigadores distinguidos, deberían haberse dado el trabajo de analizar la manera cómo la oposición venezolana ha actuado a través de los años: sus fallas y sus aciertos ha tenido, pero en conjunto se le debe reconocer que se ha adscrito a las normas de la democracia, y ha luchado por ella de esa misma forma. La oposición venezolana está demostrando un talante democrático, una paciencia infinita, hasta adoptar una actitud crística como lo hemos visto en las muchas semanas de manifestaciones e, incluso, en la manera creativa de expresar su indignación.
Los firmantes del “llamado internacional” no podían quedarse con la crítica al gobierno, había que matizar para que no se les confunda con una postura de “derecha” y menos aún, “pro Departamento de Estado Norteamericano”.
Por ello insisten en que: “Queda claro que existen sectores extremistas de la oposición (la cual es muy amplia y heterogénea), que también buscan una salida violenta. Para éstos se trata de exterminar, de una vez por todas, el imaginario popular asociado a ideas tan peligrosas como la organización popular, la democracia participativa, la transformación profunda de la sociedad en favor del mundo subalterno. Estos grupos más extremos de la derecha han contado, por lo menos desde el golpe de Estado del año 2002, con apoyo político y financiero del Departamento de Estado norteamericano”.
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A su vez, los sectores más extremos de la izquierda, como el peronista argentino Atilio Borón y el trotskista estadounidense James Petras, abogan y recomiendan a Maduro acabar militarmente con la oposición.
El enfrentamiento entre el proyecto de crear una tradición democrática en Venezuela vs. la visión castrista del uso de la violencia y la militarización de la política, no es nada nuevo. La primera fuente que lo demuestra, la encontramos en un apéndice del Libro de los Doce, del cubano Carlos Franqui, donde narra una reunión que se remonta a los años cincuenta entre venezolanos exiliados en Costa Rica y cubanos castristas.
Franqui les reprocha a los venezolanos negarse a practicar el terrorismo contra la dictadura de Pérez Jiménez, sugiriendo incendiar pozos de petroleros. El reproche se dirige en particular a “un periodista de nombre Consalvi” que se tomó la libertad de publicar en la revista cubana “Bohemia” una crítica al terrorismo que practicaba el movimiento 26 de julio en La Habana.
El otro momento que ilustra el mismo dilema fue el intento de Fidel Castro de entorpecer mediante la violencia, la naciente democracia venezolana durante el gobierno de Rómulo Betancourt, quien no dudó en apoyarse en el brazo armado del Estado, para defender la democracia, ejerciendo las FFAA el rol, hoy olvidado, de defensores de la soberanía nacional.
El castrismo y la democracia venezolana han caminado paralelamente, incluso, se dieron a la luz casi el mismo año. Desde entonces, pese a las agresiones perpetradas por el gobierno cubano, los gobiernos venezolanos han actuado frente a los Castro de manera equilibrada, apoyándose en la diplomacia, con esa manera sutil de desactivar los conflictos.
El nuevo reto que se le planteará a los demócratas venezolanos, ante el clímax que ha alcanzado el conflicto, es si La Habana acepta deshacerse de Maduro y de su mafia narcotraficante, pero a cambio de asegurar la continuidad del proyecto primigenio, instaurando el chavismo “puro”, su “filosofía”, lo que significaría la instauración, como lo ha querido Maduro, de un régimen perpetuo, anclado a la manera del castrismo, en un totalitarismo serio.
El dilema que se le presenta a la MUD es de alta política. ¿Tendrá las herramientas necesarias para lidiar con esta disyuntiva?
burgos@orange.fr
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