La política puede ajustarse, redireccionarse por acuerdos que se conviertan en normas y decisiones dirigidas a dar salidas a las emociones populares, como sería, sólo como ejemplo, la sustitución de quien se ha empeñado en convertirse en símbolo del desastre, el patético Presidente Maduro.
Por su parte, los economistas conversan de economía y creen que lo económico condiciona lo político. Hacen críticas durísimas, a veces crueles, son opositores naturales, casi automáticos y proponen soluciones que por debajo de sus buenos resultados, generan daños sociales terribles de embarazosa y parsimoniosa reparación.
La economía, cuando es de libre mercado, incentiva al trabajo y la realización de sueños e ideas, crea prosperidad, empleo en todos los niveles y grandes fortunas levantadas a base de esfuerzo, perseverancia y creatividad.
No obstante, una economía dejada a sus anchas conlleva a conocer lo implacable e insensible que puede ser el mercado, el despido de trabajadores sólo para cubrir bajones en las ganancias, reducciones en la calidad de los productos para conservar el manejo de los precios, aumentos desconsiderados, delictuales no sólo por condiciones mercadotécnicas y de competencia, sino para mantener y aumentar beneficios groseros de accionistas.
La autocracia que asumió el nombre –falso– de socialismo, al estilo castro-cubano o casi tan desastroso “socialismo del siglo XXI”, son igualmente regímenes injustos y superados por la historia. Corea del Norte, Nicaragua y Venezuela –chavo-madurismo–, son verrugas del pasado, pero al mismo tiempo realidades activas, fracasos en desarrollo sostenidos por la fuerza y las mentiras difundidas con descaro y empeño gobelianos.
Ni economía totalmente libre ni política enteramente controladora, y si ésas son las posiciones a discutir en el diálogo, éste será un rotundo fracaso. Delante de esas posturas hay pretextos desgastados por repetición, o esgrimidos para la galería.
Lo que está en juego, en emergencia, es la economía; que genere ganancias, amplio bienestar social, respaldo al emprendedor de cualquier edad, nivel social, ideas e iniciativas. Pero al mismo tiempo, una economía que entienda y prevea las necesidades de quienes la hacen posible; trabajadores, obreros, empleados, familias de bajos y limitados recursos, clase media, ancianos, niños y adolescentes.
Una economía moderna y sana es el resultado de una inteligente combinación entre incentivos al emprendimiento, respeto irrefutable al inversionista, normas para motivar el apoyo de las empresas y sus trabajadores –hay ejemplos muy exitosos aunque el Gobierno socialista no quiera reconocerlo, si quieren más detalles, Polar– y la previsión del Estado para ayudar a los más necesitados.
En Venezuela, desde la tercera década del siglo XX, tenemos iniciativas estatales en apoyo a los sectores más vulnerables, que son tradiciones enraizadas. El problema no es crear, sino dedicarse con esmero, profesionalismo y sentido ético, a los programas e instituciones que existen y que funcionen con decoro y como es debido.
Precisamente, uno de los descuidos más graves de los gobiernos venezolanos desde hace años. Fue un distinguido venezolano, luego rector universitario, quien enserió y profesionalizó al sistema de impuestos SENIAT, hoy en manos de comprometidos políticos obedientes a decisiones y caprichos. Hoy es el organismo básico de ingresos para sostener al Estado, por la cada día peor situación de Pdvsa politizada que produce y vende menos.
No se puede negar el empeño en ampliar el espectro de cobertura del Instituto Venezolano de Seguros Sociales, pero esa tarea debe ser optimizada, librada de corrupciones. Como tampoco el peso dedicado a la construcción de viviendas populares, un esfuerzo que desarrolló a fondo y con entusiasmo aquél Banco Obrero que los jóvenes de hoy no conocieron, pero que sacó de los ranchos a centenares de miles de venezolanos.
El Estado tiene una cantidad de hospitales y dispensarios, así como escuelas, liceos y universidades. Pero con el régimen socialista la salud y la educación son sectores de necesidad apremiantes descuidados y abandonados, con estipendios miserables, convirtiendo a médicos, enfermeras, técnicos, maestros, catedráticos, en oficios de sacrificio.
El régimen concibe a los militares como poder para su propio sostenimiento, y Chávez los prefirió en excesivas oportunidades para el manejo del Gobierno sin conocimientos de especialidades, pero leales y dóciles a su mando, al mismo tiempo que imponía la partidización de la burocracia. Así el régimen socialista ha terminado por ser un elefante rojo, torpe, incompetente, carente de ideas, siempre a la espera de órdenes, dedicado a manifestaciones y marchas no en reclamo de beneficios laborales sino en defensa de la administración pública, porque es parte de la economía, maneja presupuesto que hasta el año pasado eran examinados –al menos se hacía la simulación– por el Poder Legislativo.
Una adecuada combinación de una incentivada, bien orientada y fortalecida economía en manos privadas, un manejo cuidadoso, ético, de los recursos en manos estatales, es lo que debería buscar el diálogo, además de reajustar distorsiones inconstitucionales y antidemocráticas como la sumisión de los poderes públicos a la voluntad de Ejecutivo, desconociendo la nueva realidad política. El Legislativo. Apartado por orden del Gobierno acatada y legalizada por el Poder Judicial.
Los delegados para el diálogo tienen que debatir sobre temas políticos, porque es la política lo que rige los países. Sin embargo, deben empeñarse en el rescate de la economía venezolana, devastada y desmotivada por demasiados años de caprichos emocionales que manejan ideologías sin conocimiento de la vida real.
La política puede ajustarse, redireccionarse por acuerdos que se conviertan en normas y decisiones dirigidas a dar salidas a las emociones populares, como sería, sólo como ejemplo, la sustitución de quien se ha empeñado en convertirse en símbolo del desastre, el patético Presidente Maduro.
La economía es más compleja. Necesita elementos pragmáticos, concretos, inversiones, leyes y normas. Elementos emocionales difíciles de manosear porque nacen de una combinación de acciones motivacionales, del entramado y la ética de las legislaciones. Esos elementos entusiastas son, por ejemplo; confianza en el país, sensación de oportunidades y, muy importante, seguridad en la seriedad, ética, honorabilidad y moral del Gobierno.
Fuente El Nacional @ArmandoMartini
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