LA OPINIÓN DE Elsa Cardozo -EL NACIONAL WEB
Las más truculentas se asoman en las noticias y suscitan especial atención entre nosotros los venezolanos, no por casualidad: son tramas internacionales que favorecen a los autoritarismos en su afán por consolidarse. Vienen a ser muestras de lo que elegantemente se ha dado en caracterizar como ejercicios de “poder punzante”, objeto de un reciente estudio que con el título de Sharp Power publicaron el Foro Internacional para Estudios Democráticos (NED) y el Fondo Nacional para la Democracia (Forum). Hay gradaciones en tales modos de actuar con sus variables pero esenciales opacidades, pero siempre se aproximan más a conductas francamente injerencistas que a las de acercamiento e influencia política, económica o cultural. Asomémonos, apenas, a tres ilustraciones.
De la trama rusa conocemos no solo lo que se va sabiendo de las investigaciones abiertas en Estados Unidos sobre la interferencia en la campaña electoral para favorecer el triunfo de Donald Trump. Hay otras referencias y pruebas en las estrategias de desinformación y de noticias adulteradas cuya difusión favorece a gobiernos, y a candidatos a serlo, que sean considerados afines a los propósitos rusos de debilitar las democracias occidentales y sus acuerdos. Así ha sido denunciado en el Reino Unido, Francia, Alemania y en caso catalán, entre otros. Por aquí tenemos nuestra muestra en la mezcla de declaraciones, informaciones y desinformaciones que sobre Venezuela dan a conocer voceros gubernamentales y medios como Rusia Today y Sputnik. Casos más violentos, sea la modalidad de intervención que precedió a la anexión de Crimea o la de los envenenamientos de espías, se mueven a otro nivel de ejercicio de poder, con rudeza y poco disimulo, revelador también de la escalada de riesgos que por ganar influencia mundial está dispuesto a correr el régimen que preside Vladimir Putin.
De modo más sutil, pero alejándose del poder “blando” de la influencia, se desarrolla la trama china. Ha transitado desde la tesis del ascenso pacífico y su énfasis en el desarrollo de negocios y vínculos comerciales y financieros hacia la creación de una red global más allá de su manifestación de influencia más tradicional como, por ejemplo, los Institutos Confucio. El giro económico y político de la cada vez más poderosa presidencia de Xi Jinping proyecta los intereses chinos ya expresamente como los de una potencia dispuesta a aprovechar las aperturas de la globalización y a fortalecer su peso geopolítico y sus capacidades militares. Para ello esta trama cuenta con un tejido de relaciones económicas mundiales y ambiciones adicionales como en los gigantescos proyectos de la Franja y la Nueva Ruta de la Seda que se dibujan entre el occidente de Europa, Eurasia y el Lejano Oriente. Es una proyección internacional menos truculenta que la rusa, pero no inmune a los impactos de la corrupción, las tentaciones de manipulación de la dependencia económica y el silenciamiento de cualquier asomo de escrutinio a China y sus socios sobre derechos humanos, libertades o Estado de Derecho. Encajan bien en el argumento las coincidencias chinas con Rusia al bloquear iniciativas de las Naciones Unidas para la protección de derechos humanos en regímenes como los de Siria y Birmania, así como en el apoyo a recortes presupuestarios para las tareas de la ONU en esta materia.
En medio de las dos ilustraciones previas puede colocarse un tercer conjunto de tramas, que para los venezolanos funcionan como una sola. Es muy cercana y en su tejido participaron muy activamente los cuatro socios más estrechos de la Alianza Bolivariana, con el inescrutable nudo entre Cuba y Venezuela en el centro, así como gobiernos que le fueron tan cercanos en la política y los negocios y negociados, como los de los Néstor y Cristina Kirchner y el de Luiz I. Lula Da Silva. Todo ello con el uso intensivo de recursos dispuestos por el gobierno venezolano, sin importar la exposición del Estado y de los venezolanos a alianzas y simpatías generadoras de todas las pérdidas de autonomía imaginables, así como de costos y riesgos incalculables. Esa trama se caracterizó por la penetración de procesos políticos e injerencia en asuntos altamente sensibles de otros países y de la propia Venezuela, sin respeto por la soberanía en sus más esenciales dimensiones, y por el debilitamiento de los acuerdos internacionales de salvaguardia de los derechos ciudadanos. El tejido se ha ido deshaciendo, salvo parcialmente en la muy pragmática versión de los beneficiarios que van quedando en medio del aparatoso derrumbe del proyecto y los recursos venezolanos en los que se sustentaba. Están a la vista los residuos de una trama que se descubre cada día más truculenta, entre corrupción e ilícitos a los que se suma el visible deterioro de la calidad de vida de los venezolanos, al lado de las acciones y omisiones gubernamentales que lo agravan, nacional e internacionalmente.
Por necesario que sea, no deja de ser muy pesado para el ánimo de los venezolanos pasearnos por estos asuntos. Lo cierto es que también es necesario, y más bien alentador, identificar otras tramas, nada truculentas y muy respetables, como las que leemos sobre las solidaridades internacionales y nacionales ante la tragedia de Venezuela. Una mirada a la franca preocupación e iniciativas que mantienen gobiernos, organismos internacionales y organizaciones sociales dibuja un mapa muy distinto del mundo. En lo que va de año, en breve e incompleto recuento, se han pronunciado en defensa de los derechos fundamentales de los venezolanos y ofrecido sus apoyos, aparte de gobiernos como los que acogen a nuestros emigrados, el Grupo de Lima, el Consejo Permanente de la OEA, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en dos informes, el Parlamento y la Alta Comisionada para la Política Exterior de la Unión Europea, el Consejo de la Unión Europea, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), a los que se suman respetables organizaciones no gubernamentales internacionales como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y Transparencia Internacional.
Y recordemos finalmente lo más importante, lo que merece atención especial que escapa al alcance de estas líneas y de las elucubraciones sobre el poder: que nacionalmente hay una red de franca solidaridad con los necesitados y oprimidos, tejida desde la sociedad. Se manifiesta de mil maneras, más y menos estructuradas o permanentes, pero cada día más presente y necesaria, a la vez que necesitada de nuestro apoyo.
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